Y de repente todos los recuerdos de mi infancia se agolpan torpes en mi memoria, todos quieres aparecer y solaparse unos a unos.
Huelo a pino, y a bocata de filete de ternera empanado con pimientos verdes.
Oigo el agua del riachulo, como lame los cantos rodados, y también a mi madre cómo nos dice que no saltemos de piedra en piedra que nos caeremos.
Y nos caemos, claro.
Veo a mi abuelo, con la gacha siempre en su mano y la boina coronando su calva. Y también a mi abuela, con sus gafas de cristal tan grueso, su pañuelico negro en la cabeza y su tierna sonrisa. A mi padre hurgando en la bolsa nevera. Un pájaro que rastrea una miga de pan mientras se acerca a saltitos.
El cielo está despejado, apenas alguna nube, pero es delicioso poder contemplar la majestuosidad de la sierra tintada aún de nieve y respirar aire, aire fresco, aire del que cuando se aspira de golpe, duele. Aire.
Mi infancia la recuerdo cristalina, sencilla y alegre correteando entre los árboles, cazando renacuajos, cayéndome de la bicicleta, teniendo en las rodillas cuajadas de heridas que burbujeaban bajo el agua oxigenada; jugando al fútbol, a las chapas, con los Pin y Pon.
Tragándome con mis hermano la Vuelta Ciclista España en los sopores densos de las tardes de verano bajo un sol que quema.
Comiendo chorizo con pan de hogaza reciente que me daba mi abuela a escondidas de mi madre.
Viendo a las vacas pasearse pesadas, lentas y ajenas al mundo, por las calles del pueblo hasta el caño, y quedarme horas mirando cómo bebían.
Esquivando, también, las boñigas de las mismas señoras.
Espantando, cazando y matando moscas.
Cantando con mis primos, de excursión a la sierra, mochila en ristre, dispuestos a coronar la cima como auténticos exploradores, y llegar a los pinos, abrir la mochila y comerse la tortilla con hambre voraz.
Dando de comer a las gallinas "pitas, pitas, pitas" decíamos mi abuela y yo repartiendo su comida.
Montar en burro y rascarme las piernas que me picaban por la piel del burrito. El burrito, con su carita triste y los ojos cubiertos de moscas que tanta penita me daba...
Los torreznos haciéndose en lumbre, el olor a las sopas de ajo...
Tantos buenos recuerdos dibujan una gran sonrisa en mi boca. Por que he tenido la suerte de vivir pedazos enormes de mi vida como un potrillo mas en plena y pura naturaleza. Siendo, al fin y al cabo, feliz, a la sombra de los pinos :)
2 comentarios:
Me ha encantado leerte.
La infancia ha sido como una pratria, y ahora estamos en un forzoso y definitivo exilio.
Yo no sé por qué razón, cuando el día está nublado me acuerdo del puré de patata con chorrito limón de mi madre.
y alargaría el comentario más que tu artículo si me pusiese a recordar.
Besazos, Gabs.
Todos esos recuerdos también son mios, hasta he podido oler el bocadillo de filete empanado con pimientos! Dónde se han quedado esos niños?
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